Hace 62 años el mundo quedó estupefacto, porque se dimensionó la capacidad de barbarie del hombre. Un avión bautizado Enola Gay (en honor a la madre de uno de los pilotos) dejó caer la bomba atómica que arrasó con la próspera ciudad japonesa de Hiroshima y con la esperanza de más de 250.000 personas.


En pocos segundos la ciudad fue reducida a cenizas y miles de vidas fueron extintas al instante, mientras otras cientos agonizaban en ese infierno creado por el hombre. Pero era hasta ahora el preludio de otra tragedia, pues la maldad humana no tiene límites, tres días después una bomba de mayor destrucción se dirigía a la ciudad de Nagasaki.

No bastaron con segundos de agonía, destrucción y muerte, las heridas en estos sesenta años perduran. Las enfermedades como el cáncer, producto de la radiación agobiaron a los sobrevivientes.

Después de 62 años de la mayor tragedia provocada, Estados Unidos invade aún países, movidos por su entupido delirio de persecución y afán de poder. Las armas de destrucción masiva son todavía privilegio de los mal llamados países del primer Mundo. Aún no existe un protocolo internacional que prohíba las armas nucleares.

Seis décadas después, se habla aun de armas de destrucción masiva, de guerras, invasiones, de terrorismo.... de maldad.